never say die

NEVER SAY DIE! 2018
Sala Bóveda, Barcelona
Promotor: Resurrection Fest

Un año más, siete bandas más que disfrutarse entre pecho y espalda. El Never say die! Tour volvía un año mas a Barcelona, como evento ineludible para la escena local. Bien sea atraídos por los nombres del cartel o por la simple inercia del evento anual al que hay que ir sí o sí, pese a que año tras año el caché de los grupos que lo forman tiende a empequeñecer.
De hecho, el principal cambio respecto a otros años fue el cambio de sala. Nos tenían acostumbrados a una Razzmatazz 2, pero ante la floja asistencia de la entrega pasada el evento se movió a la sala Bóveda. Y la verdad es que la decisión hubiese sido perfecta de no ser por haber acabado el evento en la que posiblemente sea la peor sala de conciertos de toda Barcelona. Sin embargo, sí que es cierto que la sensación ante una sala casi llena fue muchísimo mejor tanto para el público como para las bandas.

La cosa empezaba a la hora de siempre. Puntuales a las 17:30 de la tarde salían a escena Thousand below ante una sala relativamente llena tratándose de tan temprana hora. Es muy de agradecer de cara a aquellos que deciden acercarse a ver los grupos más pequeños de la noche, ya que algún día pueden ser los grupos por los cuales harás cola.
Los californianos salieron rebosantes de energía. Incluso demasiada por parte de su bajista, que acabó en el suelo tras marcarse una pirueta en pleno éxtasis. Sin embargo, la entrega no sirvió para disimular la falta de técnica vocal de su cantante a la hora de hacer las voces claras. Hace bien de acompañarse de los otros miembros de la banda a los coros, pero aquella noche pareció no estar regulando bien la intensidad de sus agudos. Amén de esto su show fue dinámico y entretenido, e incluso casi consiguen, en su última y más cañera “Vein”, abrir el primer circle pit de la noche, que se quedó en agua de borrajas.

Como un reloj suizo, tras el cambio de equipo salieron puntualísimos a escena Currents. Venían a aportar el show más trallero de la noche, y así fue. Eran algunos los fans que se encontraban repartidos entre el público y que coreaban los momentos más míticos de sus temas. Hubo dos protagonistas absolutos durante el show que fueron Brian Wille, su cantante, que dio un recital gutural de órdago sin despeinarse lo más mínimo entre pose y pose y la arrolladora batería que a base de un doble bombo destacadísimo metía la brutalidad en nuestros pechos. Es una pena que dicha batería quede absolutamente disimulada y falta de potencia en sus discos dada la habitual sobreproducción de esta clase de bandas. Por que en su directo marcó totalmente la diferencia. En cuanto a sonido, y para tratarse de la sala que se trata, la verdad es que consiguieron hacerse entender sin problemas pese a la sobredosis de graves que fue continua aquella noche.

Sin entender muy bien su baja posición en el cartel pese a su reciente crecimiento en cuanto a público, las ganas podían con nosotros. Y es que Polar se han convertido en un grupo muy querido en la ciudad condal, y siempre que vienen a vernos ambas partes se dejan la piel durante la actuación. Por un lado, ellos son uno de los grupos más entregados sobre el escenario que he visto nunca. La intensidad se traduce en sudor y adrenalina leíble en todos y cada uno de los integrantes. Por otro lado, el público nos dejamos la voz antes de alcanzar el ecuador de la velada. Y es que además los temas de nueva horneada son un cañonazo en directo. Cánticos hooligans para el disfrute del respetable, pero a su vez tralla sin concesión alguna.
El setlist se formó de temas de su último disco y de la presentación de sus dos nuevos singles que la gente ya coreaba como si llevasen escuchándolos toda la vida. Además, decidieron presentarnos un tema nuevo que sonó especialmente bruto a base de riff gordo y batería dura.
Cierto es que nos quedamos con ganas de escuchar de nuevo algún tema de su mítico ‘Shadowed by vultures’, pero entendemos que el tiempo del que se dispone en estos tours no da para mucho más. Por suerte dejaron caer su “Destroy”, que hizo las veces para los que buscábamos clásicos.

A partir de aquí la noche empezó a ponerse más emocional y a cuadrar más con el mensaje a favor de la visualización de la salud mental que hay tras los Never say die! tour. En representación de dicho mensaje salieron a escena Casey. Esperadísimos por muchos, y ante la mirada sorpresiva de aquellos que no los conocían y no esperaban a un frontman tan de andar por casa y en pantalón de pijama (o eso parecía). Para muchos puede ser un papel, pero yo vi veracidad tras el sentimentalismo de sus letras y su interpretación, que sí es verdad que pecó de algo plana, desde luego nadie podrá jamás tachar de no ser sincera. De hecho, ellos mismos se encargaron de informar al púbico que era absolutamente correcto y normal si alguien sentía que lo que estaban viendo no les gustaba. No se disculparon por ello. Tampoco se preocuparon. Quien viniese a verlos sabía a qué venía, y aquellos que los descubriesen estarían viendo la propuesta de forma absolutamente transparente, pues Tom y los suyos se centraron al 100% en proyectar su manera de sentir su música, y es más que probable que muchos no entrasen en el juego. Aún que los comentarios tras el show eran bastante positivos. Y la venta de camisetas también parecía ser alta.

Alazka son ya un clásico en la ciudad condal. La última vez los vimos abrir el difunto festival Knights of Metal. Pero es que la primera lo hicimos abriendo otro Never say die!, concretamente el pasado 2015 allá para cuando todavía se llamaban Burning down alaska. Archiconocidos como son ya, sabíamos que también suelen levantar bastante al personal. Su propuesta de dos vocalistas, ambos screamers y limpios, pero muy distintos, es siempre una garantía de buen espectáculo. Y así fue. Cierto es que no han inventado la rueda, pero en lo que hacen son muy buenos. Especialmente cuando Kassim Auale saca los limpios y da una lección de técnica a muchos de estos grupos que se cortan bajo un patrón conocido. Al menos en Alazka hay algo que los hace únicos. No es baladí que el cambio de nombre de la formación llegase con su entrada. Muchos, eso sí, tuvimos la sensación de que la posición tan alta en el cartel era algo impostada. Sin embargo, si que es cierto que el público se agolpó, bastante crecido en número, para verlos. Pero a su vez muchos les estaban descubriendo en ese preciso instante. Sea como fuere, dieron un buen recital y un show la mar de completo pese al poco tiempo que disponían.

Lo siguiente fue una sorpresa para mí. He visto a Northlane tres veces en directo. Con ambos cantantes. He escuchado sus discos dado el revuelo que montan cada vez que mueven un dedo. Pero nunca he sido capaz de entrar en su juego. No soy capaz de disfrutar con su propuesta más allá de no disgustarme. O sea que mis expectativas para este show eran nulas.
Sin embargo, me sorprendí a mí mismo agitando la cabeza y disfrutando de una manera muy real del show de los australianos. De alguna forma que desconozco consiguieron hacer ese click en mi cabeza. Tanto es así que incluso me fui para adelante para unirme a la fiesta.
Agradabilísima sorpresa. Justificada por un show absolutamente impecable. Los cambios de formación que ha sufrido la banda, por discutidos que sean, a mi nunca me han parecido negativos. Marcus no es solo un gran vocalista, si no también un envidiable frontman. Y Brendon Padjasek, su nuevo bajista, al que aprovecharon para presentar, tenía una soltura desenfrenadísima sobre las tablas. Todo convergió a la perfección aquella noche para la banda.
El público estaba entregado al doscientos por cien, y es que son un grupo muy muy querido en nuestras tierras. El juego de luces propio que trajeron hizo que la sala dejase de parecer Bóveda, dándole a su presencia una dimensión absolutamente nueva y muy acorde con su futurismo. Su setlist, además, fue un caramelo para los fans, pues estuvo absolutamente equilibrado, representando a sus tres discos más recientes. Pero amén de ello, decidieron representar al disco favorito de los fans, ‘Singularity’, con cuatro de los diez temas que tocaron. Entre ellos además se encontraba “Vultures”, el nuevo single que venían presentando. Por supuesto cerraron la noche con ”Quantum flux”, para alegría de y fiesteo de los allí
presentes.

Pese a que en cuanto a tiempos y atención fueron tratados a modos de doble headliner, la sensación de cabeza de cartel impregnaba la sala mientras esperábamos a Being as an ocean. La anterior vez que los vimos fue contando con poquísimo tiempo en el mismo never say die! en que descubrimos a Alazka. Su último disco ha descolocado bastante a los fans, ya que ha abandonado su faceta de hardcore más puro mezclado con spoken Word para abarcar directamente un rock alternativo de corte modernista experimental en elementos que lo conforman, pero a su vez mas genérico en estructuras. Esto me daba algo de miedo, ya que me aterraba la idea de perder la intensidad de las emociones que caracterizan los shows del grupo. Y el inicio del concierto no fue muy alentador. Un sonido bajo en volumen y demasiado “frio” para lo que la situación pedía, auguraban una mala pasada. Tampoco ayudaba la barrera humana de estatuas, móvil en alto, que dividía la audiencia en dos. Al grupo le estaba costando mucho conectar con el público, y eso es justo lo que más prohibido está en sus conciertos.
Por suerte el sonido fue mejorando allá por el cuarto tema. Todo el primer bloque, que conformaba como el setenta por ciento del setlist estaba formado por temas de su último ‘Waiting for morning to come’, incluyendo “Alone” y “Know my name”, sacados a modo de single para la edición Deluxe. Con el sonido ya arreglado la cosa empezaba a mejorar y la cosa se iluminaba, pese a que los focos que trajeron teñían de un extraño resplandor toda la sala. La voz de Michael, su guitarrista y mayor descubrimiento de la banda, es la de un ángel, tanto en directo como en estudio. Sin embargo, es Joel el encargado de acaparar toda la atención, y es que como ya es costumbre, cuando la cosa empezaba a venirse arriba se bajó al público para pasarse allí casi todo lo que quedaba de concierto. De hecho, volvió a subir al terminar un tema para bajarse al solo iniciarse el siguiente. Y ahí se produjo la conexión de verdad. Es cierto que podría haber sido más fácil a base de temas antiguos que conectan mas directamente y si todo el apartado técnico hubiese estado de nuestro lado. Pero al final allí estábamos, cantándole al micrófono de Joel como si no hubiese un mañana. Disfrutando de un show de Being as an ocean como el que vemos en los videos de otras ciudades. Su tercio final se compuso de temas de sus dos primeros discos, y aquello provocó el estallido general del público. Las más celebradas fueron “The poets cry for more”, y como no, “The hardest part is forgetting those you swore you would never forget”, que puso punto y final al show, a la velada, y a las voces de los asistentes.

Fue una noche de altibajos, en general. Había factores, como la sala y su sonido, que no estuvieron muy de nuestro lado. Sin embargo, la sensación con la que salimos de allí dentro fue cálida y complaciente, y a fin de cuentas eso es lo importante.

Texto: Titus Bellés