Que Dave Grohl es un tipo peculiar es algo que cualquiera que esté en el mundo sabe. Su histrionismo frente a una cámara es bien conocido y sus conciertos de casi tres horas son seña de identidad de los Foo Fighters, la banda que fundó a mediados de los 90 para dar cabida a esa montaña de canciones que acumulaba durante su época de batería en Nirvana y que ha supuesto la renovación del Sonido Seattle de los 90, que nunca estuvo tan vivo. En el lapso que nos lleva a nuestros días, Mr. Grohl (porque es un señor) ha tenido ocasiones de sobra para demostrar profesionalidad y entrega titánica sobre un escenario, con el cuerpo al borde del colapso por el gasto brutal de energía del que hace uso cada vez que coge una Gibson Explorer.
Gotemburgo, Suecia, anoche. Concierto de la Gira Sonic Highways, presentación de su último LP. Grohl se cae del escenario durante la interpretación de “Monkey Wrench”, uno de sus temas más celebrados, con la mala suerte de que se fractura una pierna. “Estamos jodidos”, pensaría más de uno, “Se cancela el concierto y una parte de la gira”. Pues no. Tras una disculpa ante el respetable por el percance y pensando que serían un par de temas más y tendrían que cancelar, Taylor Hawkins, batería inefable, coverman inacabable y colega de fatigas de Dave, se marca una hora actuación con el resto de la banda. Lo que tardaron, más o menos, en llevarse al cantante al hospital y tratarle la lesión de urgencias.
The show must go on. Pasada esa hora, vuelve Grohl con la pierna escayolada, se sienta en una silla y toca dos horas más, enganchándose a mitad de su ya clásica versión de «Under Pressure», de Queen. Así, tal cual suena. No sé si he conocido a una figura actual del panorama que los tenga más cuadrados, pero ahora mismo no me viene nadie a la cabeza. Eso, queridos lectores, es Rock.
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