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Restos del local de ensayo de Theatre of Tragedy entre 1999 y 2010

Pensé en titular este artículo «Para siempre» haciendo referencia a “Forever is the world” de Theatre of Tragedy; también haciendo referencia al doble directo de Héroes del Silencio. En un intento de personalizar aún más si cabe un artículo de opinión, prefiero mostrar mi nostalgia como un sentimiento de retrospección.

De alguna forma la música, esa sucesión de melodías siempre inacabadas, nos acompaña en la vida. Cada cual tiene sus canciones, bandas o artistas fetiche. El mío, Theatre of Tragedy. Yo mismo no conseguiría entender mi vida sin “Theatre of tragedy” y “Velvet darkness they fear”. Pero las bandas, como las personas, como la vida misma, evolucionan, no hay quietud, cada día suceden cosas inesperadas.

Allá por los años noventa, surgió un elenco de bandas que llegaron a dominar el Doom/Gothic y a desarrollarlo bajo sus propios parámetros. Ahí encontramos a My Dying Bride, Anathema, Paradise Lost, Crematory, Theatre of Tragedy, The Gathering o The 3rd and the mortal por citar solo los ejemplos más visibles. Quizá por lo volátil de la escena, quizá por su afán de superación o por evitar el estancamiento, todos ellos decidieron que debían cambiar su estilo. “34.788%… complete” (1998), “Alternative 4” (1998), “One second” (1997), “Act seven” (1999), “Musique” (2000), “How to measure a planet” (1998) y “Painting on glass” (1996) marcaron un antes y un después para sus creadores.

El cambio más trascendental para Theatre of Tragedy no vino con “Musique”, un disco que hoy, 2 de octubre, cumple quince años. Musicalmente,  supuso un giro diametral en su propuesta, que ya de por sí había evolucionado en “Aègis”. La introducción de la electrónica no fue bien recibida por los fans, que lo vilipendiaron hasta la saciedad mientras que a la banda le abría nuevos horizontes. Tres factores impulsaron este disco, a saber: el afán por vender y las luchas internas y los cambios de formación.

El mayor cambio vino con la expulsión de Liv Kristine Espenaes del grupo. Liv era algo más que la voz y la imagen de la banda hasta el punto que los fans montaron en cólera cuando se hizo pública su salida.

Entonces nacieron otros Theatre of Tragedy, los de Nell Sigland. Y claro, Nell no es Liv. Nell es una gran vocalista pero no es la vocalista de Theatre of Tragedy, como no fue Ann-Marie Edvardsen para The 3rd and the mortal ni Mariangela Demurtas para Tristania.

Los Theatre of Tragedy de Nell grabaron dos discos (“Storm” y “Forever is the world”) muy respetados y de calidad musical pero con títulos que reflejaban que las cosas no iban bien, dos títulos catastrofistas y abocados al ostracismo.

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Foto tomada en el último ensayo de la banda

Hoy se cumplen cinco años desde que la última encarnación de Theatre of Tragedy dieron su último concierto, ese concierto donde Nell y parte del público acaban llorando, ese concierto de rostros apesadumbrados y emociones de vértigo.

Ahora, en 2015, Liv Kristine y Raymond van a volver a subirse juntos a un escenario en una gira europea en diciembre y latinoamericana en octubre de 2016. Estoy deseando verlos juntos de nuevo, vivirlos, sentirlos y hacerlos míos; destapar el tarro de las esencias y dejarme llevar por una pasión que mantengo intacta hacia su bagaje musical. Pero también añoro a la banda completa, por la magia que transmitían, porque Hein, Lorentz y Tommy me hacían vibrar, porque su forma de entender la música es mi forma de entender la vida y porque juntos, ellos desde sus canciones y yo desde mi ventana particular, hemos formado un equipo perfecto.

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Foto promocional de «A rose for the dead» y que sirvió de poster central en Rock Hard en 1997

Sirva este artículo para recordar a una banda que creó algo único, que transmitió emociones y consiguió lo que se propuso hasta que ellos mismos quisieron dejar de conseguirlo. Ojalá algún día quieran volver a subirse juntos a un escenario. Ojalá algún día quieran que nos reencontremos. Yo, por el momento, sigo soñando mis sueños.

Marc Gutiérrez