The Aristocrats
24 de enero de 2016, Razzmatazz 2, Barcelona
Promotor: Madness Live!
Estaréis de acuerdo conmigo si afirmo que no suele ser habitual, en la mediana de las Razz, ver una cola que va de puerta a pie de calle, escalinata incluida, a diez minutos de la apertura de puertas. ¿El motivo? Pues que, mal nos pese, si bien este internacional super-power-trío jamás llegará a llenar estadios, sí consiguen congregar allá donde vayan un buen amasijo de fieles incondicionales, deseosos de clavarse en las primeras filas para contemplar al detalle cada uno de sus movimientos. Hecho comprensible, como ya demostraron el año pasado en su anterior visita a la Ciudad Condal, cuando preguntaron cuántos músicos había en la sala, y tres cuartas partes de Luz de Gas alzó la mano. No todos los meses puede un músico contemplar tan asombrosa alineación de astros sobre unas tablas; a Tres Caballeros representando, cada uno de ellos, los más altos exponentes de maestría en los instrumentos mínimos e indispensables de una banda de rock.
La espera para entrar se hizo eterna, puesto que por motivos de seguridad, se cacheó o registró a cada uno de los asistentes antes de entrar en sala, y por ello la cola avanzaba lentamente. Cuando me encontré cerca de la ansiada puerta, miré atrás para comprobar que la cola no había hecho más que aumentar en longitud, y esto era indicativo de que la fiesta empezaría tarde, aunque el buen ambiente lo íbamos a tener asegurado. Ya una vez dentro, pude amenizar la espera charlando con multitud de amigos y conocidos. Cuando el aforo de la sala y la paciencia de algunos se acercaban a sus límites, el respetable empezó a reclamar a la banda a golpe de silbido.
Y ya no se demoraron más. Majestuosamente, ante el clamor popular, tomaron sus posiciones los tres Aristócratas, y de un súbito se formó un silencio casi sepulcral, digno de auditorio, que se cortó de golpe con ese helicóptero militar armado hasta los dientes que es “Stupid 7”. ¡Y qué manera de despegar! A pesar de encontrarme en el foso disparando mi cámara a ritmo de tan endiablados compases, el sonido –aún viniendo de los monitores– se percibía cristalino, incluso en la batalla de instrumentos que es este tema, y en la que se me hacía imposible no sumarme al juego, bailoteando con la cabeza en cuando apartaba el ojo del visor para cambiar de posición dentro de la trinchera. Y es que, mientras estos tres genios tocan, emanan un “buen rollete” de lo más contagioso; se les nota tan sueltos, relajados y cómodos que cualquiera diría que se encuentran entre amigos, disfrutando de su pasatiempo favorito. Y no solo cuando tocan, puesto que en cada pausa, como ya viene siendo tradición, no dejan de soltar chascarrillos y contar las divertidísimas anécdotas que hay tras cada tema. Es una experiencia del todo singular. Lo único que sí se les puede achacar es que son parcos en cuanto a movilidad por el escenario, aunque ya viendo la colocación del equipo se antojaba tan previsible como comprensible, donde los tres gurús quedan recogidos en un reducido espacio donde acaparar simultáneamente las miradas de todos.
El derroche de talento en cada uno de los temas es descomunal. Asistir a un concierto de este calibre es, para muchos, una oportunidad ineludible para presenciar una triple masterclass, el dominio del instrumento es absoluto y la creatividad y la “lírica” no se ven mermadas ante semejante derroche de talento. El lucimiento de cada intérprete va variando en función de quién escribió cada pieza. Por ejemplo, en “Texas Crazypants” el bajo de Beller suena arrollador, y lo tañe al unísono de la centelleante mano de Gurthie, sin despeinarse en el intento, como quien tricota una bufanda. En la siguiente, “Preasure Relief”, Marco nos cuenta acerca de su ex-novia barcelonesa, y deja a todos boquiabiertos, ¡tocando un sintetizador de su móvil a mitad del tema! Y en el ya emblemático tema homónimo de su anterior trabajo, “Culture Clash”, Gurthie Govan se marca unos cambios de ritmo que nos dejan a todos con la cadera torcida, y que el Dr. Minnemann nos recoloca con un incesante blast-beat final.
Tras esto, “Mr. Panda” (el roadie) les trae unas cervezas bien fresquitas para que se recuperen. Mientras beben a nuestra salud, van tocando música de ascensor con la mano que les sobra. Quien pueda evitar esbozar una sonrisa con un espectáculo así es que es un tipo muy duro. Dan paso a la medio-balada “Pig’s Day Off”, y lo es a medias, puesto que no se suele incorporar el guarrido de un cerdito de goma en este tipo de temas. Y hasta aquí la calma que precede a la tempestad. “Desert Tornado”, es un devastador tornado alemán en pleno desierto de California, con un destructivo solo de batería de más de cuatro minutos que nos dejó pasmados.
La propuesta de la noche estuvo claramente orientada a su nuevo trabajo “Tres Caballeros” –y nos alegramos, puesto que eso nos aseguraba multitud de anécdotas inéditas– , una obra imprescindible, con una clara influencia de Folk Americano, seguramente inducida por el bueno de Beller. Muchos de estos temas podrían encajar perfectamente en un Western de Tarantino, y ya no por el estilo de música, sino que también por la historia que guardan detrás, como los temas de cierre “Suggler’s Corridor” –donde instaron al público (y luego solo a las chicas de la sala) a cantar los coros del tema–, o “The Kentucky Meat Shower”, que viene a relatar una “ducha de carne” que tuvo lugar en un pueblo de dicho estado, debido a un desafortunado incidente con la carne putrefacta de unos caballos muertos, unos buitres, y el mecanismo de defensa digestiva de estos pajarillos. Para el bis final, tuvieron el detalle de omitir la tradición de abandonar el escenario, y nos regalaron “Get It Like That”, con versión del “The Wall” de Pink Floyd ejecutada con animalitos de goma. The Aristocrats, sí.
Texto y fotos: Meri Gaig
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